Se suele decir que, en su famosa versión animada de 1940, el estudio Disney suavizó considerablemente las aristas siniestras de “Las aventuras de Pinocho”, la novela de Carlo Collodi que presentó al célebre muñeco de madera en 1883, con la intención de hacer que el relato fuera mucho más accesible para las grandes audiencias.
En vista de ello, la primera adaptación hecha en la compleja técnica de ‘stop motion’, que se encuentra en manos del gran director mexicano Guillermo del Toro, prometía ante los ojos de muchos ser la más cruda y escalofriante de la partida. Lo que estos ilusos parecían desconocer es que, por más interés que haya demostrado en el terror, Del Toro no se ha inscrito nunca como autor en la rama dura del género, sino que ha optado siempre por imponer una visión cargada de sensibilidad y compasión.
En ese sentido, su Pinocho, la cual ya se encuentra disponible en Netflix, no abandona nunca la intención de ser una cinta para toda la familia, acercándose por ese lado a la propuesta de un libro que, pese a su frecuente crueldad, se hizo supuestamente para una audiencia infantil. Sin embargo, la nueva cinta resulta definitivamente transgresora en otros términos, al cambiar varios aspectos de la historia y alterar de modo elegante -pero evidente- los conceptos morales de la novela sin caer por ello en tendencias panfletarias.
De ese modo, el hecho de “portarse mal” no es juzgado con la misma dureza que en el texto original y las sucesivas adaptaciones; se rechaza de manera más enfática que nunca lo nociva que resulta la discriminación por el modo en que uno luzca; y se traslada el relato a la época de Mussolini con la finalidad de hacer unos comentarios sobre el fascismo que retoman la línea de lo presentado por el mismo realizador tapatío en las soberbias “The Devil’s Backbone” y “Pan’s Labyrinth”, mientras se refuerza la parte existencialista del asunto al otorgarle inmortalidad al protagonista.
Fuera de sus aspectos narrativos, el filme sorprende con la eficacia de sus escenas musicales (tiene canciones realmente encantadoras) y, por su puesto, con su animación cuadro por cuadro, que se desarrolló a lo largo de un rodaje de aproximadamente tres años e implicó el uso de numerosas marionetas hechas a mano.
Se trata, en suma, de un trabajo maravilloso en el que se siente siempre la huella de Del Toro (quien está incluso incluido en el nombre), pese a que fue codirigido por el estadounidense Mark Gustafson, quien no había hecho antes ningún largometraje pero contaba ya con una amplia experiencia en los terrenos de la animación.