El día que Martín Carrizo cumplió su sueño de tocar con Gustavo Cerati

Martín Carrizo, baterista de A.N.I.M.A.L. murió en la madrugada del 11 de enero, tenía 50 años y padecía esclerosis lateral amiotrófica (ELA) pero antes, cumplió su sueño de tocar con Cerati.

Aún quedaban dos puestos disponibles en la banda de Gustavo Cerati para cerrar el plan “Bocanada”. No es casual que los roles que durante más de quince años ocuparan Zeta y Charly Alberti fueran los últimos en completarse.

Los nombres de Christian Basso (bajista de Fricción, Clap, La Portuaria, Charly García) y Aitor Graña (baterista de Juana La Loca y Virus) sonaron en un principio, “pero la corazonada estaba con Fernando Nalé y con Martín Carrizo”, cuenta Leo García. Nalé descollaba como bajista estrella de Illya Kuryaki & The Valderramas y Carrizo podía provocar admiración desde la batería hasta de aquellos que no se bancaban el fervor metalero de A.N.I.M.A.L. Ambos se morían por tocar con Cerati.

Carrizo tenía 27 años cuando recibió el llamado, pero mucho antes ya abrigaba una esperanza típica del “sueño del pibe”. “Cuando me estaba desvinculando de A.N.I.M.A.L., levanto la cabeza para ver qué estaba ocurriendo a mi alrededor, y ya arrancaban los ensayos para la última gira de Soda”, dice Carrizo ahora. “Ahí, secretamente y muy dentro mío, comenzó el sueño”.

El día después del cierre de la gira de despedida, Carrizo compró el diario y lloró al leer “el último adiós a Soda Stereo”. “Empecé a sentirme muy cerca de Gustavo”, dice el baterista, como si hubiera sentido el llamado del destino. “Al rato prendo la tele y veo el anteúltimo show, que fue en Chile, y Gustavo dijo ‘nos vemos pronto de la forma que sea’ y ahí me bajó una frase a la cabeza: ‘Soy yo el próximo’”. Dos años después sonó el teléfono de su casa. Carrizo no se va a olvidar nunca de las palabras de Cerati de aquel día: “Bueno”, le dijo, “creo que ya es hora de que nos juntemos a tocar para ver cómo nos sentimos”.

Carrizo fue el último en incorporarse al staff. “Luego se cerró la puerta del submarino y recorrimos con el disco bajo el brazo toda Latinoamérica”, dice el baterista. Los integrantes de la banda recuerdan el momento pleno que vivía Cerati. A pesar de que su matrimonio con Amenábar se deshacía lentamente, el trabajo despejaba cualquier tipo de aflicción, al menos que se notaran en las extenuantes jornadas de ensayo. La prédica constante del líder funcionaba como un estímulo y también una necesidad de compartir un sueño colectivo. “Todo el tiempo nos pedía interacción”, dice Carrizo. “Hizo todas sus letras delante nuestro”.

Durante ese proceso se dio una escena imborrable. Una noche, Carrizo y Nalé volvieron al estudio en busca de un equipo. “Gustavo nos abrió y nos acompañó a buscarlo y a cargarlo”, recuerda. “Ahí nomás, de parados en un pasillo contra la puerta, nos dijo ‘escuchen...’”. Cerati agarró la acústica “como si fuese un mariachi” y empezó a tocar “Puente”. “Con Fernando nos moríamos de placer. La terminó de tocar, nos miró como si no tomara conciencia de que era Gustavo Cerati y de lo que era esa canción recién parida. Nos preguntó: ‘Les gusta?’. Fernando y yo estábamos derretidos; yo quedé sentado en una silla contra la puerta, era un minipasillo donde ya no entraba ni un alfiler, y estaba ocurriendo eso. Madre de Dios”.


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