Nuestra reseña de Bardo

Yo tuve exactamente el mismo sueño.

Alejandro González Iñárritu inicia "Bardo" con una escena en la que un honre trata de volar y cae solamente para volver a iniciar el vuelo nuevamente. Así continúa la epopeya biográfica que se extiende a través de un paisaje personal de ensueño mágico donde la realidad y la ficción se transforman entre sí en a través de imágenes técnicamente elegantes.

Imagino que si eres un genio, como Alejandro, puedes andar cargando un ego de semejante tamaño. La película está salpicada de brillantes momentos individuales: hay una secuencia en las calles del Centro Histórico, que se llenan de los cuerpos inertes de los “desaparecidos”: esos desaparecidos reclamados por la pobreza y el crimen, ignorados despiadadamente por el Estado. 

Otro momento lindo es esta escena de bravura en la que el Silverio, el personaje que interpreta Daniel Jiménez Cacho, se encuentra cara a cara con el fantasma de su padre y trata de decirle todas las cosas que debería haberle dicho en vida. Cómo nos ha pasado a muchos.

Se necesitan muchos huevos para volver a tocar heridas del pasado, y hacerlos públicos, Alejandro lo hace, creo, a manera de terapia, la muerte de su hijo Luciano, la pérdida de Héctor, su padre, en febrero de 2014, la enfermedad de Luz María, su madre, el tener que irse de un país en el que no cabía su talento. Ahí están representados su esposa María Eladia y sus hijos, Eladia y Eliseo. Quienes tienen otro bello momento al despedirse del pequeño Luciano, dejándolo ir como si se tratara de una pequeña tortuga que regresa al mar.

Para muchos, el director comete el error de quererse demasiado y confiar en que todos los demás le íbamos a seguir en este viaje de ego que triunfa en lo técnico, pero para lograrlo debes haberlo conocido desde los tiempo en los que era "locutorcillo de radio" cómo él mismo dice, en WFM; pero quien no conoce su pasado, corre el riesgo de no entender absolutamente nada.

'Bardo' está repleta de planos perfectos, simétricos, espectaculares, Alejandro está decidido a contarnos su vida y echa mano de toda la ingeniería posible, su obra es indulgente con él mismo, visualmente impresionante, insisto. Se notan los 22 años que tardó en volver a filmar en México.

El título es una palabra tibetana que se refiere al concepto budista de un estado flotante de transición entre la muerte y el renacimiento. “Bardo” es una oda a su ego que contiene bellos momentos, cómo la secuencia de fiesta de 45 minutos en el California Dancing Club, en la que Silverio es agasajado en la víspera de su premio por un ejército de viejos amigos y colegas, es verdaderamente apasionante. Sin duda, podría enseñarse en las escuelas de cine, ese virtuosismo no se aprende, se trata de una sola toma que te arrastra. El corte original de la obra era de cuatro horas, y se dice que el cineasta tiene derecho a hacer su corte final, hasta que la película llegue a Netflix el 16 de diciembre próximo.

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El ser pretencioso no implica necesariamente rechazar el valor estético que puede llegar a tener esta película, en todo caso hay que hablar de implicaciones del uso del concepto de «pretensión» quizás estamos frente a un nuevo género cinematográfico.

Iñárritu, de algún modo se regocija en los ideales del artista moderno, encarna a un nuevo Stephen Dedalus -el personaje de James Joyce en Retrato del artista adolescente (1916) que se ve a sí mismo como Dios, cómo un mártir que sufre, arquitecto que construye, un mesías.


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