El papel higiénico, ese producto cotidiano que hoy consideramos indispensable, tiene una historia fascinante que abarca siglos y culturas, desde soluciones improvisadas hasta un artículo de consumo masivo. Aunque hoy en día está presente en casi todos los hogares del mundo, su invención y adopción generalizada son relativamente recientes en la historia de la humanidad.
Los orígenes: Limpieza antes del papel
Antes de la existencia del papel higiénico, las personas recurrían a una amplia variedad de materiales para mantener la higiene personal después de usar el baño. Los métodos variaban según la región, el clima, la cultura y el estatus social. En la antigüedad, los materiales naturales eran los más comunes: piedras, hojas, musgo, pasto, nieve, conchas marinas, pieles de animales o incluso agua eran opciones frecuentes. En la Grecia antigua, por ejemplo, se usaban fragmentos de cerámica redondeados, conocidos como pessoi, a veces inscritos con nombres de enemigos como una forma simbólica de desprecio.
En la Roma antigua, uno de los métodos más conocidos era el tersorium, una esponja sujeta a un palo que se usaba en baños públicos y se limpiaba en agua con sal o vinagre para ser reutilizada. Aunque hoy nos parezca poco higiénico, este sistema era común y reflejaba la naturaleza comunitaria de las letrinas romanas, donde la privacidad no era una prioridad. En el este asiático, particularmente en Japón, se utilizaban palos de madera o bambú llamados chuugi, envueltos en tela, que datan del siglo VIII.
En la Edad Media europea, la higiene dependía en gran medida de los recursos disponibles. Los menos acomodados usaban hierba, heno o musgo, mientras que los más ricos podían permitirse telas o lana perfumada con agua de rosas, un lujo en una época donde la tela era costosa. En América, los colonos recurrían a mazorcas de maíz, que eran abundantes y sorprendentemente efectivas, o a periódicos y catálogos, como el famoso catálogo de Sears, que incluso incluía un agujero para colgarlo en los baños al aire libre.
El uso del papel como herramienta de higiene tiene sus raíces en China, donde se inventó el papel en el siglo II a.C. Sin embargo, no fue hasta el siglo VI d.C. que se documentó su uso para la limpieza personal. El erudito Yan Zhitui, en el año 589, escribió: “Papel en el que hay citas o comentarios de los Cinco Clásicos o nombres de sabios, no me atrevo a usar para fines de higiene”. Esta cita sugiere que el papel ya se empleaba para este propósito, aunque con ciertas reservas culturales.
Para el siglo XIV, durante la dinastía Ming, la producción de papel higiénico en China alcanzó niveles industriales. En la provincia de Zhejiang, se fabricaban anualmente diez millones de paquetes con entre 1,000 y 10,000 hojas cada uno. En 1393, se registró que la corte imperial consumía 720,000 hojas de papel higiénico, algunas perfumadas, destinadas exclusivamente a la familia del emperador Hongwu. Este uso exclusivo para la élite reflejaba el estatus de lujo del papel en esa época.
La llegada del papel higiénico al mundo occidental
En el mundo occidental, el papel higiénico tardó en llegar. Aunque el papel estaba disponible desde el siglo XV, su uso para higiene personal no se popularizó hasta mucho después. En Europa, la gente seguía utilizando materiales como trapos, lana o simplemente agua. El escritor francés François Rabelais, en el siglo XVI, satirizó sobre los métodos de limpieza en su obra Gargantua y Pantagruel, donde el protagonista prueba diversos materiales, desde telas hasta el cuello de un ganso, concluyendo que este último era el más cómodo, aunque claramente en tono de broma.
No fue hasta el siglo XIX que el papel higiénico comenzó a transformarse en un producto comercial en Occidente. En 1857, Joseph Gayetty, un empresario estadounidense, introdujo el primer papel higiénico comercial, al que llamó “Papel Medicado para el Baño”. Hecho de cáñamo y empapado en aloe, se vendía en paquetes de 500 hojas por 50 centavos, con el nombre de Gayetty impreso en cada hoja. Aunque se promocionaba como un producto para prevenir hemorroides, su alto costo limitó su popularidad.
La revolución del papel en rollo
El verdadero punto de inflexión llegó en 1890, cuando los hermanos Clarence y E. Irvin Scott, de la Scott Paper Company, popularizaron el papel higiénico en rollo. Este formato, más práctico y fácil de producir, comenzó a venderse a hoteles y farmacias, ganando popularidad entre las clases acomodadas. Sin embargo, la vergüenza cultural asociada con hablar de higiene personal dificultó su comercialización inicial.
En 1928, la Hoberg Paper Company lanzó la marca Charmin, que apostó por un enfoque de marketing innovador: asociar la suavidad del papel con la delicadeza femenina, usando empaques elegantes con imágenes de mujeres. Este enfoque ayudó a superar el tabú, y Charmin se convirtió en una de las marcas más exitosas, incluso sobrevivió a la Gran Depresión gracias a su “paquete económico de 4 rollos”. Para 1930, las mejoras en la fabricación eliminaron un problema común: las astillas, dando lugar al papel higiénico “sin astillas” que marcó un estándar de calidad.
La adopción masiva del papel higiénico en el siglo XX estuvo impulsada por la construcción de la fontanería interior y los inodoros de descarga, que requerían un material desechable que no obstruyera las tuberías. En 1942, la marca británica Andrex introdujo el papel de dos capas, y en los años 90 surgieron las toallitas húmedas, aunque estas últimas han generado controversia por su impacto en los sistemas de alcantarillado.
El papel higiénico también ha sido protagonista de fenómenos culturales. En 1973, un comentario jocoso de Johnny Carson en The Tonight Show sobre una posible escasez desencadenó compras masivas en Estados Unidos, demostrando su importancia psicológica. Durante la pandemia de COVID-19 en 2020, el acaparamiento de papel higiénico en países como Estados Unidos y Australia reflejó el miedo a la escasez y la percepción del producto como un símbolo de seguridad.
Hacia un futuro sostenible
Hoy, el papel higiénico enfrenta nuevos desafíos. La producción masiva, que depende en gran medida de pulpa de madera virgen, contribuye a la deforestación y al cambio climático. En respuesta, han surgido alternativas más sostenibles, como el papel reciclado, el bambú o el uso de bidés, que son comunes en países como Japón y están ganando popularidad en Occidente.