Ty Segall, el prolífico gurú del garage-psych californiano, regresa con Possession (2025, Drag City), su decimosexto álbum de estudio, y lo hace con una obra que destila madurez, ambición y un giro hacia texturas más refinadas sin abandonar su esencia visceral. Este disco, grabado en sus Harmonizer Studios y con letras coescritas junto al cineasta Matt Yoka, marca un punto de inflexión en la carrera de Segall, equilibrando su característico caos sónico con una narrativa más cinematográfica y una instrumentación expansiva que incorpora cuerdas, vientos y piano, elementos que lo alejan de la crudeza de sus primeros trabajos.
Possession arranca con “Shoplifter”, un corte que evoca el pop orquestal de los Beatles con un toque de Paul McCartney en su etapa Wings, gracias a una melodía cálida, armonías vocales ricas y un saxo juguetón cortesía de Mikal Cronin. Este inicio marca el tono del álbum: una mezcla de nostalgia sesentera y glam setentero, con guiños a Bowie, T. Rex y hasta Blood, Sweat & Tears. Canciones como “Fantastic Tomb” —inspirada en El barril de amontillado de Poe— y la titular “Possession”, que reimagina los juicios de Salem con un riff electrizante y un aire a Ziggy Stardust, muestran a Segall en su faceta más teatral, tejiendo historias de decadencia, lucha interna y transformación. La inclusión de cuerdas (arregladas por Cronin) y vientos aporta una grandiosidad que contrasta con la urgencia punk de sus discos anteriores como Twins (2012) o Manipulator (2014).
El álbum no renuncia al músculo. “Shining” trae un swagger glam que recuerda a los Rolling Stones cruzados con Velvet Underground, mientras que “Another California Song” cierra con un fuzz rockero que conecta con el Segall más clásico, aunque teñido de una crítica a la superficialidad de la cultura de Los Ángeles. Sin embargo, Possession brilla más en sus momentos introspectivos y experimentales. “Alive” comienza como un folk retorcido à la Syd Barrett y evoluciona hacia un caos orquestal, mientras que “Hotel” combina piano y psicodelia con letras que destilan un humor sardónico sobre un mundo en declive.
A nivel lírico, el trabajo con Yoka aporta una narrativa más ambiciosa, aunque no siempre cohesionada. Las letras, a veces desordenadas o crípticas, exploran temas como la posesión, la identidad y la lucha contra la naturaleza humana, pero pueden sentirse secundarias frente a la fuerza sónica del disco. Este es, quizá, el único punto débil: las historias, aunque evocadoras, no siempre logran la claridad o el impacto de la instrumentación.
Possession no es el álbum más inmediato de Segall, pero sí uno de los más inmersivos y cuidadosamente construidos. Es un viaje surrealista que equilibra la nostalgia del rock clásico con una visión moderna y arriesgada. Para los fans de siempre, es una evolución natural que recompensa múltiples escuchas; para los nuevos oyentes, puede ser un punto de entrada desafiante pero gratificante a la mente inquieta de un artista que nunca se queda quieto. En palabras del propio Segall: “Es un disco con muchas viñetas, historias antiguas y nuevas”. Y, sin duda, es un hito en su vasto catálogo.