Rastreó a asesinos y raptores de su hija. La asesinaron.

Azam Ahdem / The New York Times

San Fernando, Tamaulipas (14 diciembre 2020).- Desde 2014, Miriam Rodríguez se encargó de rastrear a los responsables del secuestro y asesinato de Karen, su hija de 20 años.La mitad de ellos pisó la cárcel, no porque las autoridades hubieran hecho su trabajo sino porque ella los persiguió por su cuenta, con una meticulosa obsesión.

Se cortó el pelo, se lo pintó, se hizo pasar por encuestadora, trabajadora de salud y funcionaria electoral para conseguir los nombres y direcciones. Inventó excusas para conocer a sus familias: abuelas y primos que, sin saber, le daban los más mínimos detalles.

Los registraba en un cuaderno que guardaba en el maletín negro de su laptop con el que hizo la investigación y los rastreó, uno por uno.

En tres años, Rodríguez capturó a casi todos los que habían secuestrado a su hija para pedir rescate, una galería de criminales canallas que intentaban rehacer sus vidas con diversas ocupaciones: uno había renacido como cristiano, otra era taxista, otro se dedicaba a la venta de coches y una era niñera.

En total atrapó a diez personas en una desesperada búsqueda de justicia que la volvió famosa pero vulnerable. Nadie desafiaba al crimen organizado y ni hablar de encarcelar a sus integrantes.

Le solicitó al Gobierno algún tipo de protección con escoltas armados, temiendo que el cártel finalmente se hubiese hartado de sus actividades.

Semanas después de haber perseguido a uno de sus últimos objetivos, el diez de mayo de 2017, Día de las Madres, la mataron a tiros frente a su casa. Su esposo, que estaba mirando la televisión, la encontró boca abajo en la calle, con la mano en su bolsa junto a la pistola.

Para muchos en San Fernando, su historia representa todo lo que está mal en México y lo destacable de las personas que, de cara a la indiferencia del Gobierno, perseveran. El País está tan desgarrado por la violencia y la impunidad que una madre doliente tuvo que resolver sola la desaparición de su hija y murió de forma violenta por eso.

Su sorprendente campaña -relatada a través de los archivos del caso, declaraciones de testigos, confesiones de los criminales que rastreó y decenas de entrevistas con parientes, policías, amigos, funcionarios y vecinos- cambió a San Fernando, al menos por un momento.

La gente se tomó a pecho su lucha y se indignó por su muerte. El Municipio colocó una placa de bronce en su honor en la plaza principal. Su hijo Luis se hizo cargo del grupo que fundó, un colectivo conformado por las numerosas familias locales cuyos seres queridos han desaparecido. Las autoridades prometieron capturar a sus asesinos.

Marcada por una década de violencia, una guerra brutal entre cárteles, la matanza de 72 migrantes y el asesinato de Rodríguez, San Fernando se silenció por un tiempo, como consumida por su propia tragedia.

Hasta que en julio de este año se llevaron a Luciano Leal Garza, un joven de 14 años, cuyo caso se convirtió en el secuestro por rescate de más alto perfil desde la cruzada de Rodríguez para encontrar a su hija.

Luis, el hijo de 36 años de Miriam Rodríguez, no pudo evitar ver las semejanzas y lloró al escuchar la noticia. Igual que pasó con su hermana Karen, a Luciano lo secuestraron en la camioneta familiar. La familia del adolescente pagó dos rescates, que fue lo mismo que hicieron los familiares de Rodríguez en un intento infructuoso por liberar a Karen.

Otra vez estaba pasando.

La gente de la ciudad salió a marchar pidiendo justicia por Luciano. En brigadas buscaron palmo a palmo en los áridos matorrales. Su mamá, Anabel Garza, carismática y valiente, se convirtió en portavoz del abrumador contingente de personas desaparecidas en México -más de 70.000 a nivel nacional- y de la ola incesante de pérdidas en un país donde los homicidios casi se han duplicado en los últimos cinco años.

Pero esta vez la lucha era muy distinta. Años después de la campaña liderada por Miriam Rodríguez, cuya valentía y decisión fueron un faro para la búsqueda de Luciano, su caso también servía de advertencia sobre lo que le esperaba a quien iba demasiado lejos. A diferencia de la búsqueda incesante de Rodríguez en pos de los asesinos de su hija, los padres de Luciano no querían castigar al poderoso cártel.

Redujeron sus esperanzas a algo más sencillo: el regreso de su hijo.

"Mire, ella hizo lo que nosotros queremos hacer", dijo el padre del muchacho, también llamado Luciano al cumplirse el tercer mes de la desaparición de su hijo. "¿Pero cómo terminó Miriam? Muerta".

"Es el temor de nosotros", añadió.


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