En Cartelera: Aves de Presa (y la Fantabulosa Emancipación de una Harley Quinn)

Tenía que ocurrir. Una vez asumido que resultaba imposible replicar la sofisticada maquinaria del Universo de Marvel, y que lo más aconsejable era entonces hacer del despiste una virtud, DC debía encontrar en algún momento su Deadpool. Un título que abanderara el caos y el distanciamiento frente a la extenuante sobreproducción superheroica de la industria, proyectándose sobre la frivolidad y desnudando al emperador para que su auténtica finalidad, pese a todo, no variase lo más mínimo: engrandecer la imagen de marca conduciéndola por otros horizontes creativos. Pero ahí radica precisamente lo interesante. Si Deadpool surgía, dentro del encorsetado universo mutante y previo a ingresar en el MCU, como revulsivo anárquico, Aves de presa (y la fantabulosa emancipación de Harley Quinn) surge de la anarquía misma. Porque DC, en poco más de una año, ha estrenado Aquaman, ¡Shazam!, Joker y esta. Cuatro películas que de primeras no tienen mucho en común. Más allá de la libertad que aparentemente se le ha dejado a sus responsables, me refiero.

Aves de Presa (y la fantabulosa emancipación de Harley Quinn) Es una tesitura tan especial, y tan extraña dentro del actual panorama mainstream —donde Disney, como líder incontestable, gusta de desbaratar carreras de directores si su visión no se ajusta a la sofisticada maquinaria referida, algo achacable también a Star Wars pero sin la sofisticación— que no debería extrañarnos lo estimulante que acaba resultando Aves de presa. Sobre todo, si pensamos que contaba con un precedente tan aciago como el de Escuadrón suicida en su ensamblaje. Impulsada por el empeño de Margot Robbie en que una figura como Harley Quinn merecía algo mejor que aquel choque de trenes de David Ayer, Aves de presa no tiene más aspiraciones que echarse unas risas mientras baila sobre los restos de la desastrada continuidad del Universo DC, y por eso acaba resultando más interesante e iconoclasta, digámoslo ya, que los dos Deadpool de Ryan Reynolds en su conjunto. Las modestas apariciones de la película de Cathy Yan, al fin y al cabo, se ajustan mejor al consabido intento de demolerlo todo que en realidad sabemos que es absolutamente impostado, pero es que la cosa va más allá. Donde Wade Wilson, por mucha sangre que levantara y muchas burlas que hiciera sobre la escasa relevancia de los X-Men, no dejaba de ser un antihéroe que descubría su nobleza mediante resortes archiconocidos —esto es, la muerte de la novia y el hediondo cliché de no dar un protagónico a una mujer super heroína—, Harley Quinn comienza su aventura en solitario cortando con su novio, recuperándose de una relación tóxica (en más de un sentido) y reforzando su personalidad gracias a una pequeña ayuda de sus amigas y a reventar cabezas de hombres idiotas con un mazo. Lo cual pues, qué vamos a decir, está cool.

La fantabulosa emancipación de Harley Quinn supone un subtítulo tremendamente adecuado así las cosas, tanto por lo ridículo y bombástico del mismo —combinando a la perfección con escopetas que disparan balas de purpurina—, como por lo literal. Aves de presa es la emancipación de la protagonista, pero también una emancipación del Universo DC frente a la necesidad de ajustarse a un molde al que sus consumidores puedan asociar un tipo determinado de película. Y es algo bellísimo, en ese sentido, que el film de Yan haya sucedido inmediatamente en el tiempo al aclamado Joker de Todd Phillips, con su oscuridad, su seriedad acomplejada y su retrato entre el glamour y la mugre de una masculinidad siniestra y opresiva. Todas ellas, nociones que Aves de presa quiere demoler a base de nunca tomarse en serio a sí misma, pero también gracias a comprender los códigos que vertebran la ficción de la que parte para mostrarlos desde una perspectiva clarividente y, en ocasiones, hasta incómoda.

“El mayor miedo de los hombres es que las mujeres se rían de ellos” es una frase atribuida a Margaret Atwood, y una que define de cabo a rabo la psicología del repulsivo villano de Aves de presa, interpretado excelentemente por Ewan McGregor. “El mayor miedo de las mujeres es que los hombres las maten”, continúa la cita. Corte a Margot Robbie, en medio de una batalla rodeada de señores que ansían su muerte, lanzándole un coletero a Jurnee Smollett-Bell para que pueda luchar de una forma más cómoda. En su desesperada exaltación de la sororidad y su involuntario descubrimiento de lo superficial que fue siempre la corrosión del Mercenario Bocazas, Aves de presa es un gesto contundente, sin dejar de ser juguetón. Un gesto en ocasiones asfixiado por todos los referentes de los que parte y deslucido por elementos dentro del guión demasiado funcionales, sí, pero también un gesto que lo ha entendido todo muy bien, y lo ha envuelto en colorines festivos para hacerse entender mejor.


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