En Cartelera: Maléfica: Dueña del Mal

A la Maléfica original, la estrenada en 2014, no cabe entenderla como un exponente temprano del saqueo 'live action' que Walt Disney Studios estaba entonces a punto de realizar con su legado animado. Es decir, la Alicia en el país de las maravillas de Tim Burton ya había avanzado en 2010 las claves estéticas de los remakes que actualmente le salen tan a cuenta a Disney, y el paso de la animación a la acción real vía ampuloso CGI ya era tan inquietante entonces como lo es ahora. Maléfica, dirigida por Robert Stromberg, no se libraba de este hándicap, pero en su ADN tenía más importancia el afán desmitificador de Frozen, estrenada un año antes, que el conservadurismo de Cenicienta, estrenada un año después. Maléfica, llena de ideas (mejores o peores, pero ideas), proponía un camino posible entre las concesiones a la nostalgia y los controles de daños. Un camino que a lo largo de 2019, cuando en pocos meses se han estrenado dos productos de perversa inanidad como El rey león y Aladdin, y otro de cierto arrojo pero tan intrascendente como Dumbo, es obvio que la Casa del Ratón ha desdeñado seguir.

2019 es también el año, curiosamente, en el que Disney ha apostado por recordar ese camino, y en cuestión de meses se han de estrenar tanto la secuela de Maléfica como de Frozen. Maléfica: Maestra del mal, la película que nos ocupa, es por ello inevitablemente refrescante. Dando estricta continuidad a los presupuestos del film anterior, que lejos de proponer una simple génesis de villano estilo Joker pretendía a partir de ella ofrecer una relectura total de la historia clásica, la película que ahora dirige Joachim Rønning -responsable de ese dislate que fue Piratas del Caribe: La venganza de Salazar- tiene imposible refugiarse en fórmulas de probada eficacia y tampoco puede, a estas alturas, recurrir al obsequio nostálgico para venderse. Ha de jugar con lo que tiene y, como esto no es mucho, encontrar nuevos elementos con los que jugar. Una tesitura poco habitual para este conglomerado que no deja de absorber franquicias rehusando enfrentarse a la página en blanco, y que desemboca en que Maléfica: Maestra del mal sea una secuela original, sorprendente y, como no podía ser de otra forma dados los mimbres, deliciosamente imperfecta.

Al guión vuelve a encontrarse Linda Woolverton, escritora veterana cuya vinculación con Disney se remonta a principios de los 90, cuando articuló la historia de La bella y la bestia. Quizá por conocer de primera mano el formato de cuento de hadas pasado por el tamiz de Broadway que la Casa del Ratón cultivó durante su laureado Renacimiento, pudo encarar la escritura de la primera Maléfica de forma tan traviesa y hasta subversiva, pero la jugada que elabora en su secuela es bastante diferente. Asumiendo que el juego de espejos de la primera película con respecto a La bella durmiente de 1959 tenía por fuerza que volverse político y actual -nunca la sensibilidad de la que ahora alardea Disney fue tan orgánica como aquí-, plantea ahora Maléfica: Maestra del mal como un alegato contra la xenofobia y el miedo al diferente, representado a través de los esfuerzos de la Reina Ingrith (fabulosa Michelle Pfeiffer) por conservar su reino humano y puro, a salvo de la intromisión de los habitantes de la Ciénagas de quienes Elle Fanning, en la película anterior, se convirtió en reina.

Dicho planteamiento, en absoluto original, eleva a esta secuela gracias a la sensibilidad iconoclasta, casi punk, que hereda de la Maléfica original, y que aquí confluye en un artefacto mucho más vandálico  -que por fin le saquen partido a Angelina Jolie es la mejor de las noticias posibles- y proclive a explorar las opciones más ominosas que tiene por delante a la hora de perfilar su texto. Teniendo un ritmo tan pobre y unas soluciones visuales que no dejan de recordarnos que esto es lo más parecido a la Serie B que puede hacer la Casa del Ratón, Maléfica: Maestra del mal se las ingenia aún así para ser relevante y defender su estatus dentro de un futurible catálogo de Disney+. Y al final, esto es lo que nos queda. Apologías de lo monstruoso como auténtica virtud. Intentos de genocidio con reminiscencias nazis encerrados en una iglesia. Sumisión al colorido y al mal gusto.


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