En Cartelera: El Muñeco Diabólico

Dejaremos que sean los sociólogos quienes algún día sigan la línea de puntos de cierta última corriente del cine de terror y descubran el dibujo (no tan) oculto sobre los ecos espeluznantes que nos está dejando la sobreprotección enfermiza y meapilas de la infancia. Niños malvados y diabólicos poblando las pantallas y que en realidad representan ese temor ante esta generación de pequeños y malcriados dictadores, seres del abismo que utilizan como arma contra los adultos (contra sus padres) la corrección política y el neopuritanismo de una ¿izquierda? más carne de cañón que los iloi descritos por H. G. Wells en el futuro de su novela La máquina del tiempo. Todo eso para los sociólogos, porque este nuevo Muñeco diabólico, sin el beneplácito del creador de la franquicia original (todavía vivita y coleando), Don Mancini, despelleja cual el Leatherface de Masacre en Texas (no por casualidad el libro de texto educacional de los imberbes protagonistas y del mismísimo Chucky) a sociólogos, pedagogos y progenitores bienpensantes para volcarse en lo que siempre fue más eficaz en el género terrorífico: la cuchillada y el ir a degüello sin conocer a nadie y molestando a todo el mundo.

Autoproclamado Chucky, en un alarde de juego referencial no únicamente con el film de Tom Holland y siguientes, sino con todo el cine de los años 80, incluido un guiño a Duro de Matar de levantarse en la sala y aplaudir con las orejas, este muñeco es diabólico no por causas sobrenaturales, sino por causas humanas, por culpa de la corrección política de las narices. Versión malintencionada del genio de Aladino o de los mismos popes del control y mimo obsesivo de la infancia, Chucky simplemente quiere proteger a Andy, ser su mejor amigo (no una figura paterna que le imponga límites), darle todos sus caprichos. Claro que la película, toda una sensacional sorpresa en el panorama de hoy día, lleva eso al límite del gore repleto de humor negro, pero sin que ello oculte que la sociedad moderna se ha convertido en una figura idiotizadamente censora en pro de una visión del mundo nauseabundamente buenista. Así, los niños están aquí solos, rodeados de padres invisibles, mentirosos o cenutrios y de un mundo adulto que está llamando a gritos a payasos asesinos del espacio exterior, psicópatas con sierra mecánica, drones mutiladores y muñecos fabricados en un tercer mundo (Vietnam) deseoso de vengarse del primer mundo.

Muñeco diabólico no es la nostalgia 80s dulcificada que parece implantarse actualmente suplantando la verdadera: es divertida, sí, como eran aquellas series B inscritas en el horror, pero asimismo salvajes, crueles y ácratas.


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